19 de diciembre de 2013

HISTORIA DE LA LUCHA REVOLUCIONARIA EN ITALIA (1960-2008) [4ª PARTE]


9. Final del 77: Inicio de la nueva fase

En la batalla política que desgarraba el movimiento en 1977, sobre qué dirección tomar, las BR constituían la propuesta que, en el fragor de la lucha, ocupaba el lugar más prestigioso, mientras que el resto de hipótesis seguía nadando en una situación indefinida, magmática. Y las BR no perdieron la oportunidad de desempeñar ese papel de vanguardia.

En el otoño del 77 empezaron a “elevar el tiro” o a “elevar el nivel de la confrontación”.

El número de atentados con disparos a las piernas era impresionante: uno cada diez días aproximadamente (fuera de las temporadas bajas del año), de los que más de la mitad los realizaban las BR.

El brigadista Giuseppe Memeo en Milan, 1977
Golpeaban principalmente a los jefes, dirigentes y fascistas de las fábricas, con una rigurosa distribución en las zonas de los principales polos de la clase. En Milán: Pirelli (núcleo fundador), Siemens, el polo siderúrgico de Sesto San Giovanni, Marelli, Alfa Romeo, ITT y un montón de otras medianas y pequeñas industrias, así como los grandes hospitales, donde hubo una importante experiencia de Comités Autónomos. En Turín: la decena de grandes plantas de Fiat, incluida la que era vanguardia de las masas, Mirafiori (que en aquel momento contaba con alrededor de 50.000 empleados), así como Michelin, Singer, ITT, Bertone, algunas industrias textiles y también una amplísima red de fábricas pequeñas y medianas, profundamente penetradas por las luchas y la organización de la clase. En Génova, los estibadores y marinos, las grandes acerías estatales, industrias mecánicas pesadas y de armamento (debe tenerse en cuenta que esta ciudad tenía una gran tradición de clase, una historia comunista y revolucionaria considerable). En el polo entre Venecia y Padua: el gran polo petroquímico de Marghera (que, por sí solo, fue símbolo de la enorme radicalización obrera contra estas fábricas de muerte que son las petroquímicas), Italsider, Astilleros navales, fábricas de aluminio y otras. Nápoles: Italsider, AlfaRomeo y las industrias aeronáuticas y de armamento. En Roma y su región se daba más bien una realidad de proletariado metropolitano, especialmente en los servicios, entre los que tuvieron gran significación los Comités Autónomos de los grandes hospitales; también fueron importantes en esta región los temas concretos de la propia zona, como la vivienda, así como un sector obrero con una rica historia en luchas, como el de la construcción, y algunas grandes fábricas de electrónica, el monopolio eléctrico del Estado y la Fiat de Cassino. Por último, también hubo otras realidades regionales (en especial Toscana, Cerdeña, Marche, Emilia) si bien aquí nuestra intención era, sobre todo, referirnos a los polos, es decir, a las concentraciones de la clase que desempeñaron un papel motor. En ese sentido, debe señalarse que en 1977 y 1978, la iniciativa armada alcanzó a todas las fábricas y sectores indicados, en varias ocasiones, y ello sobre la base de una estructura organizativa precisa que comenzaba siempre con la presencia de militantes en el interior.

También hubo una línea de ataque más territorial, que afectaba a diferentes aspectos de la situación de la clase, a menudo en apoyo directo a las luchas, especialmente sobre el tema de la vivienda, los “precios políticos” o la “reapropiación”. De este modo, casi todas las OCC llevaron a cabo ataques contra agencias inmobiliarias, contra la gran propiedad, especuladores o grandes grupos comerciales, mediante frecuentes asaltos y registros en los que se apoderaban de listas y documentación –sobre viviendas y edificios vacíos, por ejemplo- con los efectos que cabe imaginar...

Igualmente importante fue la presencia en los barrios: sobre las condiciones de vida en general y especialmente de las pandillas de jóvenes. Se luchaba contra la gangrena de la heroína: una OCC –Guerrilla Comunista- se encargaba de limpiar los barrios de seis o siete traficantes. Se trataba de una lucha que, casi siempre, implicaba atacar a los fascistas que, como se ve en todos los países, también se dedican con sumo gusto a esta actividad asesina. Los fascistas, como buenos policías del proletariado, fomentan todo lo que es destructivo para el proletariado.

Políticamente, fue, en todo caso, un ejemplo típico de lucha armada de “acompañamiento”, de seguimiento de la espontaneidad de las luchas, de prolongación y radicalización de las luchas, lo que en sí mismo no era necesariamente negativo. Su teorización y su traducción en términos políticos fueron, no obstante, negativas: nunca condujeron a resultados interesantes para la evolución de la confrontación estratégica. Peor aún, todo ello restringió la riqueza del movimiento espontáneo a su propia espontaneidad, en un movimiento circular en que no cabían saltos cualitativos. A la larga, todo ello no podía producir más que marginación y fragmentación y, bajo los golpes de la ofensiva burguesa, retroceso y rehabilitación en el entramado institucional (que es a lo que se dedicaron, con gran profesionalidad, los dirigentes-chaqueteros).

Ésta fue una de las grandes demostraciones de que la Revolución, o un proceso revolucionario, no se desencadena por sí mismo, en virtud de la radicalización de las masas (que, por otro lado, es importante), sino que requiere necesariamente un plan de Partido, una fuerza que subjetivamente plantee, enuncie, el conjunto de las herramientas (ideológicas, estratégicas, de línea política y de organización político-militar) indispensables para el enfrentamiento a largo plazo, para transformar el antagonismo de clase, la autonomía de la clase, en una fuerza consciente y decidida a tomar el poder e instaurar la dictadura del proletariado en tanto que premisas, bases mínimas e indispensables para iniciar cualquier transformación de las relaciones sociales.

Pero el eje que terminó siendo el más importante fue el del ataque contra los aparatos de Estado: el partido-régimen, la Democracia Cristiana, los cuerpos represivos y la nueva contraguerrilla.

Y ello, sobre todo, por iniciativa de las BR que, desde el lanzamiento del “ataque al corazón del Estado”, concentraron sus esfuerzos en trascender el plano del enfrentamiento trabajo-capital para situarlo en el plano clase-Estado, en el plano estratégico de la lucha por el poder.

Por ello, sobre la base de las relaciones de fuerza que la clase expresaba en esta fase (a la que contribuía ampliamente la iniciativa combatiente que actuaba con toda intensidad en las fábricas), las BR comenzaron a “elevar el tiro”, “elevar el nivel del enfrentamiento”. Las ejecuciones de figuras del aparato del Estado y del capital se convirtieron en el método de intervención más importante, el que caracterizaba y marcaba el ritmo de la intervención política de la Organización en la lucha de clases. En este plano, las BR se vieron rápidamente secundadas por Prima Linea que actuaba partiendo de otros presupuestos, de otras dinámicas: la militarización del movimiento de oposición en forma de “combattimento proletario” (la transformación de los grupos y colectivos de los barrios en equipos de combate de bajo nivel), el contrapoder, la guerra social total, el combate contra las reestructuraciones productivas y corporativas, muy gravosas y con tendencia a la militarización y atomización, destructivas del tejido social (en este punto, el análisis no era incorrecto pues anticipaba en gran medida los fenómenos negativos que más tarde se desplegaron en nuestras sociedades, pero a los que se dieron respuestas equivocadas). Reestructuraciones a las que ya no cabía oponer más que la organización de redes y comunidades de lucha y combatientes (de hecho, como cualquier visión “totalizadora”, era extremista y desesperada), en una radicalización del enfrentamiento armado carente de estrategia y táctica.

Al menos en esta primera fase de “elevación del nivel de enfrentamiento”, Prima Linea –estamos en 1977-1978- conservaba una cierta lucidez política y creó una especie de frente único con las BR y otras organizaciones menores. De este modo, los golpes comenzaron a hacer mella duramente en los aparatos represivos, que también empezaron a perder su vil arrogancia, a tener miedo.

Pero pronto tuvo lugar un punto de inflexión, el paso más arduo. El 16 de marzo de 1978 las BR secuestraron a Aldo Moro, presidente de la Democracia Cristiana.

10. La campaña de primavera: la operación Moro

Con el paso del tiempo, [la operación Moro] sigue revelándose como un ataque audaz e impresionante que requirió un nivel de organización y una determinación enormes además de un proyecto político de calado y una visión de gran amplitud. Suponía irrumpir en el mismísimo centro de la escena política burguesa justo en el momento en que allí se estaba alumbrando una importante operación. Nada menos que el “Acuerdo Nacional”, la primera coalición de gobierno abierta a la participación, externa, del partido revisionista (el PCI). Nada menos porque lo que estaba en juego era un endurecimiento considerable de la contraofensiva burguesa contra la clase, el pistoletazo de salida de grandes reestructuraciones productivas y empresariales, de grandes líneas de estatalización y militarización social en el marco de la tendencia hacia la guerra imperialista.

Desde el punto de vista de los revisionistas, eran las premisas de sus sueños, el “compromiso histórico”, el final formal de su disfraz comunista y su incorporación definitiva a la clase política burguesa. Estas premisas estaban tan bien encaminadas que los jefes de EEUU observaban la experiencia con benevolencia. Debe recordarse que Moro era un servidor fiel del Vaticano, es decir, del otro gran centro de poder en Italia que, siendo como es la fuerza reaccionaria que todos conocemos, también era favorable al proyecto. Así, el PCI puso de inmediato su fuerza (en aquel tiempo considerable) al servicio del frente antiterrorista, encargándose de las movilizaciones en la calle, de las huelgas de protesta (¡la mayoría a menudo fracasadas!) y del trabajo de espionaje y policiaco en fábricas y barrios.

Tenían miedos, mucho miedo. De golpe tomaron conciencia de la fuerza y el arraigo del “Partido Armado”. Porque, más allá de sus mentiras propagandísticas habituales, sabían que no se puede alcanzar ciertos niveles [en la lucha] sin un apoyo popular adecuado. Cuando, tras las detenciones y reconstrucciones judiciales de los hechos se conoció la realidad “objetiva”, se supo que de la docena de participantes en la acción del secuestro, la mayoría eran militantes obreros (a menudo reconocidos en la vanguardia) pasados a la clandestinidad, algunos de los cuales se habían separado de las filas revisionistas. Por dar un ejemplo: Mario Moretti, ex delegado de personal de Siemens en Milán, el segundo delegado en número de votos.

Otro aspecto muy importante desde el punto de vista político e ideológico: la mayoría de esta decena de militantes eran dirigentes de la Organización al más alto nivel. Aplicación de los principios marxistas de unidad del trabajo intelectual y trabajo manual, ética marxista de la responsabilidad.

Durante los 55 días de pulso se planteó la solicitud de liberación de algunos presos, no como finalidad de la acción, que tenía su propio contenido, sino como mínimo para llevar a cabo un acto de magnanimidad y suspender la sentencia dictada contra el Presidente de la Democracia Cristiana.

Este ataque fue tan inesperado y de tal dimensión que conmocionó el marco político, el desarrollo del enfrentamiento de la clase. En el seno del movimiento revolucionario sirvió para afianzar la hegemonía de las BR, cuyo crédito y autoridad recibieron un espaldarazo sin precedentes.

El ataque puso de manifiesto todas las deficiencias y limitaciones de las otras hipótesis y organizaciones; muchas de ellas sufrieron una sacudida de arriba abajo por este terremoto, se fracturaron, y una parte de las mismas asumió el discurso de las BR y terminó por integrarse en ellas.

En los meses siguientes las BR reclutaron a muchos nuevos miembros a los que incluso se seleccionaba estrictamente, abrieron nuevos frentes, se intensificó el avance. Ello supuso un grave problema para las OCC del área subjetivista, desplazadas como estaban respecto a la concepción del proceso revolucionario, en especial los movementistas recalcitrantes. Limitándose a defender el movimiento como si de su parcelita se tratara, obligados a alimentarse [“s’alimenter” en el texto en francés] en un círculo aparte, incapaces de concebir el proceso por etapas, con una estrategia y una táctica que la mayoría de ellas basaba ya en las teorías sobre el fin de lo político y el valor inmediatamente subversivo del antagonismo social...), abrigaban un auténtico rencor contra las BR, culpables de seguir el camino marcado en su propio proyecto. Entre las masas, se extendía la percepción de que había dos vías: bien la vía parlamentaria, la del PCI, bien la vía revolucionaria, la de las BR (dándoles el valor que se puede dar a las encuestas... unos meses después, un semanario tuvo la desafortunada idea de realizar una en condiciones de anonimato en la cual el 10% de los encuestados declararon que habrían votado a las BR. A los pobres periodistas casi les linchan).

Pero, como ocurre con frecuencia, justo en el apogeo de un fenómeno aparece también el pasivo de las contradicciones y límites a superar. Los grandes saltos requieren también grandes capacidades para asumirlos, consolidarlos, saber proceder en las nuevas condiciones, más avanzadas, pero también más exigentes. Y en ese punto, lamentablemente, las BR no sólo no se plantearon la cuestión de sus propios límites y errores sino que, en cierta medida, incidieron en ellos.

Este error de apreciación sobre el alcance y condiciones de la crisis capitalista se agravó debido al atolladero político en que la operación Moro había sumido al régimen. Pero aunque el régimen estaba en verdaderas dificultades, no estaba ni mucho menos acorralado, y habría bastado para percatarse de ello con observar con más objetividad las grandes multitudes que llenaban las calles convocadas por los partidos burgueses. Había una parte importante de la sociedad que defendía al sistema: ¡el problema no se podía reducir a un Estado cuya supervivencia dependía ya sólo de la fuerza! Y éste fue un grave error de apreciación, que influyó muy negativamente sobre el desarrollo estratégico.

Así, la consigna era acelerar el paso para el despliegue de la guerra civil. Y en su seno, la formulación del Movimiento Proletario de Resistencia Ofensiva (MPRO) como interlocutor fundamental de la dialéctica Partido/Masas. El MPRO era el tejido de los núcleos armados y de las pequeñas organizaciones locales más los obreros que voluntariamente echaban una mano, pero el área combatiente seguía siendo esencialmente la parte más importante y no los movimientos de la clase como realidad y dinámica mucho más profunda y amplia y no necesariamente dispuestos a pasar a las armas. Por otra parte, desde un principio la gran inteligencia política de las BR, y de otras OCC, había consistido en comprender y practicar una dialéctica entre los diferentes niveles de conciencia y de organización de la clase, diseñando una estrategia que preveía precisamente los momentos y saltos de maduración e implicación. En ese punto nos equivocamos gravemente sobre una posible disponibilidad de las masas, indistintas, indiferenciadas, para el paso a las armas. Nos olvidamos de los rasgos fundamentales (definidos en el análisis leninista) de una situación de crisis revolucionaria, que requiere el factor subjetivo: la existencia de una Organización que como las BR tenía ya los rasgos de Partido, y que actuaba como tal, pero no sólo. También son necesarios los factores objetivos de agravamiento de la crisis económica y política y de las condiciones de las masas. Las condiciones estaban todavía muy lejos del umbral de ruptura generalizada.

La cuestión clave, el nudo político principal que quedó patente en el apogeo de la ofensiva revolucionaria (porque en esos momentos se contaba con un potencial tremendo y la vía por la que se le condujera sería decisiva), fue probablemente que los rasgos fundamentales de la concepción estratégica, declarados o subyacentes, se concentraban y, por lo tanto, los defectos de eclecticismo y mecanicismo iban a ponerse de manifiesto en la transposición del modelo de “Guerra Revolucionaria Prolongada”. En primer lugar porque este modelo se extrajo principalmente de las experiencias china, vietnamita y latinoamericanas, es decir, de referencias consagradas que, no obstante, no eran mecánicamente transponibles (en la medida en que, por otro lado, haya algún principio que se pueda ser transponer mecánicamente...), en especial en relación con los rasgos de formación socio-económica del centro imperialista.

Estamos, pues, ante el gran mérito ¡y ante el gran límite! El mérito residió en haber concretado un camino revolucionario en el corazón del sistema imperialista que daba una auténtica salida a las grandes luchas de las masas y al movimiento revolucionario, que hacía frente realmente al revisionismo (y estaba en vías de derrotarlo) y que salía del lodazal de un extraparlamentarismo inconsecuente o de un M-L-Maoísmo declamatorio y teórico. El mérito de haber tomado ese camino vinculándose de nuevo, de manera orgánica y consecuente, a las dinámicas del movimiento comunista internacional.

El límite fue haber incorporado también elementos de eclecticismo y de “juventud”, el encontrarse tan rápidamente frente a un enorme combate en el que había que aprender todo sobre el terreno, entre dificultades inimaginables.

Era un poco el precio a pagar. ¡Quienes creen en las revoluciones perfectas y limpias, quienes se aferran a los modelos generales (incluso a los más exactos) pueden ir cambiando de profesión! (Causarían menos desastres, ante cada dificultad, si fueran del tipo de los que se vuelven rápidamente contra la revolución que defrauda sus ideales de presuntuosos pequeño burgueses; como se vio en Italia, como se ha visto en todas las experiencias históricas).

Este límite consistió, por lo tanto, en la aplicación de un desarrollo estratégico lineal, de suma de acciones, capacidades y crecimiento tanto organizativo como operativo, al margen de las consideraciones de la fase, los saltos cualitativos y las discontinuidades, tan necesarias, por otro lado.

Es decir, aun sobre la base de las relaciones de fuerza de la clase y con un importante entramado de luchas y de organización de masas, no nos encontrábamos en una fase revolucionaria –y en este punto se revelan como decisivos los rasgos objetivos, por ejemplo, el grado de profundidad de la crisis capitalista, el empobrecimiento de las masas, etc.- y el camino elegido, si bien justo, debía adaptarse, desarrollarse en diferentes tiempos. En lugar de acelerar la ofensiva, era necesario más bien consolidarse en el seno de la clase, sobre la base de una presencia político-militar mucho más enfocada y limitada a las grandes intervenciones políticas puntuales.

Y en ese momento teníamos la fuerza y las capacidades para ello: era el momento todavía de la política armada ¡y no del despliegue de la guerra!

Todo ello habría exigido aún una mayor capacidad de retroceso político, de dar un paso atrás para recoger los frutos y profundizar, sistematizar, la implantación teórica y estratégica, rectificando el bagaje ecléctico que arrastrábamos y concretando la matriz leninista que era tan útil y pertinente para la tarea [que teníamos por delante], toda vez que la fuerza político-organizativa estaba garantizada a un nivel muy alto, lo cual aseguraba el mantenimiento de un cierto nivel ofensivo.

Por el contrario, fue la escalada lo que prevaleció.

El año 1978 fue, de este modo, el momento del giro decisivo hacia una lógica de guerra. Cuantitativamente, hubo aproximadamente el mismo número de ataques incendiarios y con explosivos (unos cien), disparos a las piernas (una veintena), mientras que se hicieron más escasos los asaltos /registros (sólo 4, lo que era muestra de la elección de una orientación) y las ejecuciones se convirtieron en el centro de la ofensiva (en concreto 28, cuando hasta 1977 habían sido 10 y en parte no previstas en el proyecto inicial de la acción).

Veámoslo en detalle para entenderlo mejor.

Las BR golpearon además de a Moro y a los cinco agentes de los cuerpos especiales que le escoltaban:

- Al juez Riccardo Palma, alto responsable de la política penitenciaria y de las cárceles de alta seguridad.

- Al comisario de policía Rosario Berardi, responsable de contrainsurgencia en Turín.

- Al funcionario de prisiones Lorenzo Cotugno, notorio torturador en Turín.

- Al vicecomandante de los guardias de la prisión de Milán, Francesco Di Cataldo, responsable del Centro Clínico y de todos los asesinatos, directos e indirectos, de presos; por la falta de cuidados médicos y la violencia disfrazada con que se empleaba.

- Al jefe de la policía contrainsurgente de Génova, Antonio Esposito.

- Al jefe de fábrica Pietro Coggiola, de la Lancia de Turín.

- A otro magistrado del Ministerio de Justicia, responsable penitenciario, Girolamo Tartaglione, en Roma.

- A los carabineros de control exterior de la prisión de Turín, Lanza y Porceddu (cuerpo creado especialmente para el control de las prisiones de alta seguridad).

En cuanto a las otras OCC:

- Al responsable de los esbirros de la fábrica Fiat de Cassino, Carmine De Rosa (antiguo carabinero), por las Formaciones Comunistas Combatientes (cercanas a Prima Linea).

Aldo Moro
- Al agente de policía Fausto Dionisi, en un intento fallido de evasión, por un comando de Prima Linea en la prisión de Florence.

- Al notario Gianfranco Spighi, debido a su reacción durante una expropiación, por Lucha Armada por el Comunismo.

- Al comisario de prisiones Antonio Santoro, torturador de la prisión de Udine, por los Proletarios Armados por el Comunismo.

- A los traficantes de heroína Giampiero Cacioni, Saaudi Vaturi y Maurizio Tucci, en Roma, por Guerrilla Comunista. Durante una acción contra otros traficantes murió por error Enrico Donati; Guerrilla Comunista asumió la responsabilidad.

- Al criminólogo Alfredo Paolella, en la prisión de Pozzuoli-Napoles, por Prima Linea.

- Al traficante de heroína Giampiero Grandi, en Milán, por Escuadra Proletaria (satélite de Prima Linea).

- Al fiscal de la República de Frosinone (Lazio), Calvosa, y sus dos agentes de escolta, Pagliei y Rossi, por las Formaciones Comunistas Combatientes. Durante el tiroteo también cayó el camarada Roberto Capone.

Hay algo que queda a todas luces de manifiesto: una gran diferencia política: mientras las otras OCC, aun golpeando correctamente, no lograron superar una dimensión parcial, prolongación armada de las luchas y del enfrentamiento con los aparatos represivos (y también esa respetable campaña contra los traficantes de muerte), en las BR se  observaba el despliegue de toda una ofensiva contra el Capital y el Estado en sus instituciones fundamentales, se observaba una concepción general, un programa para toda la clase, una estrategia.

Este aspecto se percibía también en la implantación teórica. Los primeros se encastillaban  absolutamente en la noción de “contrapoder” (noción cuya experiencia histórica ha demostrado siempre su inutilidad, arrastrando en el mejor de los casos a la clase a una actitud defensiva condenada a la derrota, actitud que a menudo, de compromiso en compromiso, termina sumida en el reformismo institucionalizado... como es el caso hoy en día de los Zapatistas de Chiapas); o en una comprensible búsqueda de nuevas vías revolucionarias (a la luz de la deriva de los países socialistas) que, sin embargo, terminaban convirtiéndose de inmediato en un aventurerismo ecléctico, confusionista, que condujo a las rendiciones más vergonzantes (la de Prima Linea prácticamente en bloque, después de un año de prisión de la mayoría de los militantes, y su reciclaje por los vericuetos de los nuevos movimientos pacifistas).

Los segundos produjeron textos –y también una teoría- en los que se trataba de avanzar reelaborando el hilo de la continuidad con la historia revolucionaria del siglo, críticamente y sin ese “soberano desprecio” que distingue a los movimientos y militantes pequeño burgueses. Sus textos eran ampliamente comprensibles y planteaban las cuestiones a hay que hacer frente cuando realmente se quiere “hacer la Revolución”. La Resolución de la Dirección Estratégica de febrero de 1978 sigue siendo una referencia, un texto muy útil para los militantes que se plantean el problema de la Revolución Proletaria hoy y en los países imperialistas (recientemente, los servicios secretos italianos, siempre activos en la tarea de descifrar las evoluciones del campo revolucionario, reconocieron en una entrevista periodística la gran calidad de ese texto, que había anticipado los fenómenos de la globalización, la reestructuración internacional de la producción, la concentración de poderes en estructuras transversales y círculos reservados, la tendencia a la guerra, etc., en un momento en que el resto de partidos no veía nada de todo esto y lo denigraban como una muestra de delirio...).

Lo cierto es que ya se había emprendido la subida de la pendiente: casi todo el mundo, partiendo de las diferentes posiciones que acabamos de ver, declaró inminente el paso a la guerra abierta, que la contradicción de clase había quedado reducida a su aspecto militar, con un sistema capitalista que había perdido toda legitimidad y que sobrevivía únicamente gracias a su fuerza bruta.

Los primeros meses de 1979 dieron lugar a los primeros “patinazos” serios.



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